Desde la cocina hasta el set, Como agua para chocolate conquistó a todo México. Escrito por Laura Esquivel y llevado a la pantalla por Alfonso Arau, este clásico nos hace saborear cada momento. Siendo un drama culinario, nos cocina la historia de Tita quien trae a la vida sus pasiones por medio de recetas únicas. Ya sean tragos amargos por desamor o una despedida el desarrollo de esta película nos deja con un buen sabor de boca.

Para esta ocasión, pondremos sobre la mesa una de las recetas más icónicas de la historia. El pastel Chabela, el cual no solo sabe a dulce, sino a amargura. Pues es el resultado de una historia de amor a medias. Aquella entre Tita y Pedro, quienes a pesar de anhelarse el uno al otro, no pueden estar juntos.

Todo empieza cuando Rosaura, hermana de Tita se va a casar. Sin embargo, para su sorpresa, es pedida en mano por el amor de su vida, Pedro. Quién a pesar de tenerle cariño, decide quedarse con su hermana mayor. Siendo que ambas siempre tuvieron rivalidades, esta es la cúspide de sus peleas.

Pero, ya que Tita siempre se ha especializado en la cocina y de hecho es su pasión, Rosaura y su madre le piden haga el pastel de bodas. Una torta deliciosa y digna de la fecha. No obstante, con el corazón roto y en la mano, Tita al llorar sobre la mezcla de pastel, lo envenena sin ser esta su intención. Provocando un mar de emociones a todos los invitados que termina en lágrimas y vómito.

“El llanto fue el primer síntoma de una intoxicación extraña. Una gran melancolía y frustración, hizo preso de todos los invitados.. Y  los hizo terminar en el patio, los corrales y los baños, añorando al amor de su vida.”

A consecuencia de su despecho, Tita termina contagiando a los comensales de su sufrimiento. Pero el pastel de bodas representa algo muy diferente a los arrebatos de nuestra protagonista. Se cree que nace en la antigua Roma donde se hacía un pan de harina y sal para los novios, significando bendiciones y prosperidad. Con el tiempo, en Inglaterra, la costumbre cambió, a llevar un pastelito por invitado para formar una torre donde los novios debían besarse en señal de prosperidad y felicidad. 

Posteriormente, en el siglo XVIII, se cuenta que un pastelero sorprendió a su amada en su boda con otro hombre. Este pastel era la representación de la torre del campanario, el cual se acerca más a muestras actuales tradiciones. Actualmente, este es normalmente blanco en símbolo de pureza y paz. Además de que se guarda un pedazo de este, en algunas familias, para celebrar el año de matrimonio.

Reduciéndolo a tradiciones, costumbres y emociones que duran todo una vida. Al igual que el cine, la repostería es un testigo de la humanidad. Acumulando historia año con año, ya sea en un clásico filme de Pedro Infante o en un pastel de bodas, ambos nos mantienen cerca de nuestros orígenes. Perpetuando nuestro pasado que evoluciona conforme pasa el tiempo sin perder fidelidad a las costumbres. No importa si es Navidad o Día de la Independencia, son días en los que las películas y los postres siempre nos acompañan.

Sin importar que celebremos o no el pasado, el presente nos trae nuevas recetas e historias que algún día serán legado. El pastel de bodas, por ejemplo, me recuerda a la trayectoría de cineastas como Arturo Ripstein quien con los años nos ha acompañado desde El castillo de la pureza hasta la modernidad con El diablo entre las piernas. O la herencia de Laura Esquivel, quien también hizo el guión de Como agua para chocolate.

Construidos piso a piso y con ingredientes variables pero sustanciosos. ¿Qué sería de la vida sin las tradiciones? Seríamos seres pasajeros y volátiles al cambio pero sin pertenencia. Las tradiciones y el cine, trascienden y perduran, gracias a quienes lo vivimos y los que vienen.

Por Ariadna Carrillo Arellano.